Risas. Por encima del sonido de la manguera, más fuerte que el calor del sol y más presente que la brisa, se escuchaban las risas. Risas de niños que de seguro, no pensaron reír así de nuevo, hasta que llegaron a La Casa de Todos.
Antes, 36 años atrás, cuando abrieron sus puertas el 24 de diciembre de 1980, solo tenían un segundo piso con seis cuartos a su disposición, pero esto no permitió que sus ánimos cayeran. Habían decidido ayudar a menores maltratados y mujeres sobrevivientes de la violencia doméstica, y nada los detendría.
Sor Carmen Carmona Villafañe, Sor María Rosa Portuondo y el Padre Luis de la parroquia de Pueblito del Río tuvieron la iniciativa de crear un santuario para mujeres y niños en necesidad de atención, y con arduo trabajo lograron fundar La Casa de Todos en Juncos. Eventualmente hicieron el traslado de aquel segundo piso a una plantel más amplio, donde hay espacio para no una, sino múltiples casas y áreas de juego.
Desde el principio el proyecto fue un éxito. “Una vez la abrimos (la casa) se llenó”, afirmó Carmona Villafañe con satisfacción al recordar aquellos tiempos. Ya fuese por su cuenta o a través de alguna oficina del gobierno, las mujeres llegaban buscando albergue para ellas y sus hijos, de igual forma los menores que reciben en el hogar, entre las edades de uno a once años, son enviados por el gobierno o por los mismos padres.
Ya en las instalaciones, cada una de las mujeres y niños es atendido cuidadosamente en todas las áreas. Sea comida, talleres, apoyo emocional, opciones para encontrar empleo o ayudar a reubicarlos, todo se lo proveen. Además, tienen una trabajadora social a la mano en todo momento. Como en cualquier otro establecimiento, es necesario que cada persona cumpla con ciertas reglas y requisitos para poder mantener su espacio en la casa y Carmona Villafañe, directora y fundadora del proyecto, asegura que así ocurra.
“La mayor satisfacción que tenemos es verlos felices, ver que toda la turbación que tienen en la mente disipa”, expresó la directora de 79 años, aunque no los aparenta. Al vivir ahí, puede ver más de cerca la transformación de cada uno de los menores y mujeres, un proceso que asegura no se ajora, pues les dan todo el tiempo que necesiten para recuperarse. El fruto de esas transformaciones lo han podido ver. Mujeres que han salido de la casa se comunican con ella y le dicen que están estudiando, trabajando o con emoción le repiten que están bien y no regresaron a su agresor.
Todos esos recursos, empleados y otros gastos que tienen en la casa los necesitan costear de alguna manera y “ese es el milagro”, explicó la fundadora. Además de la ayuda económica que reciben de distintas agencias del gobierno, múltiples personas hacen donaciones o apadrinan niños para ser parte del proyecto. Incluso, han recibido donaciones de Texas, Miami y Nueva York. “Dios responde mis oraciones poniendo en el corazón de la gente el deseo para venir a ayudar”, agregó.
Como muchos otros proyectos similares a este, La Casa de Todos recibe la ayuda de voluntarios. Muchos de ellos son estudiantes haciendo sus horas comunitarias, pero los demás son bien recibidos si desean ser parte del equipo. Aun los voluntarios son impactados y transformados con su trabajo allí como lo fueron Javier Ramos y Mitzi López hace más de 20 años. Por meses esta pareja ayudó con los niños, y todavía hoy, luego de años de matrimonio y dos hijos, recuerdan con alegría sus experiencias.
La Casa de Todos más que una casa se ha convertido en un hogar. Un hogar bastante literal para algunos, como los niños que llevan allí mucho tiempo o para Carmona Villafañe que reside en los predios, pero también se extiende a los demás. Se convirtió en un hogar para Ramos cuando pasó toda la noche junto a los niños durante el huracán Hugo. El corazón de maestra que tiene López jamás olvida los momentos pasados con los chiquillos y esas pequeñas niñas hicieron hogar en su memoria. Tantas vidas han pasado por ahí y, de una manera u otra, todas han sido transformadas, aun los que pasan un par de horas.
Así mismo como me recibieron, me despidieron, con risas perdidas en el viento, y la esperanza de un mejor mañana, contentos de haber llegado a La Casa de Todos.
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