Todos los viernes en la noche, un grupo de jóvenes sale a “janguear”. Pero ese “jangueo” está lejos de los pubs, las cervezas y la música a todo volumen. Estos jóvenes se divierten llevando comida y ropa a deambulantes. Su diversión se resume en una palabra: servicio.
Estos jóvenes forman parte del Grupo Conección de Caridad (GC Caidad) del Workshop que se reúne todos los miércoles en el teatro de la Universidad Central de Bayamón. Según el coordinador de este Grupo de Conección, Charlie Fernández, El Workshop es un espacio fundado por Miguel Ángel Marzán que tiene el fin de “construir, reparar y/o crear una relación con Dios”. Dentro de ese movimiento surgió la necesidad de salir en la búsqueda y ayuda del necesitado y así se creó GC Caridad y sus “rondas de amor”.
Charlie Fernández, que lleva 6 meses dirigiendo este sub-grupo, explica que se le llama “rondas de amor” a la labor que esta publicación presenció un viernes en la noche.
Fernández y su grupo de voluntarios (que cambian viernes tras viernes) se reúnen en el estacionamiento de un centro comercial para organizar todos los alimentos y demás artículos que se disponen a repartir. Antes de salir a su encuentro con los deambulantes (a los que ellos llaman “participantes”), Charlie reúne al equipo, explica la ruta a seguir, detalla los artículos que tienen para repartir y puntualiza las medidas de seguridad que se deben tener en cuenta durante el recorrido. Y es que Charlie y el resto de los que están asignados para dirigir las rondas de amor, han sido instruídos por los cursos que ofrece Iniciativa Comunitaria del Dr. Vargas Vidot. De hecho, la ruta que estos hacen les fue asignada por Iniciativa Comunitaria.
Después de todas las advertencias y de hacer su oración, el grupo sale en caravana y en la menor cantidad de carros posibles. La alegría con la que trabajan se les nota hasta en la voz.
El recorrido:
Salimos a cumplir con la ruta pasadas las 8 de la noche. En esta ocasión a la guagua de Charlie le seguían dos guaguas más. El equipo de Restart Puerto Rico iba en la guagua de Fernández junto a otros dos voluntarios.
Mientras nos acercábamos a la parada del Sagrado Corazón del tren urbano, pregunté a Charlie: ¿Qué te motiva a hacer esta labor?… El silencio reinó por un momento, y justo después las lágrimas que corrieron por el rostro de Charlie sustituyeron el silencio por sollozos que a mí me llegaron al corazón. “Yo tengo un amigo de la infancia… él es participante también y por eso es que yo hago esto”, esa fue la contestación que Charlie Fernández acertó a pronunciar. ¿Qué más se le puede preguntar a alguien cuyas emociones han quedado completamente al descubierto en una sola pregunta?.
Y justo cuando buscábamos la manera de continuar con la entrevista, Yadiel, uno de los voluntarios que nos acompañaba en la guagua, tomó la palabra. “ El movimiento de caridad es un movimiento que a mí me llena de satisfacción, saber que puedo añadir un granito de arena en esas personas y en este Puerto Rico que tanto lo necesita ahora mismo. Necesitamos ayudarnos entre nosotros mismos. […]Este proyecto nos ayuda a ayudarnos como patria”, dijo el joven fotógrafo de 19 años.
Todos los voluntarios que participan de estas rondas de amor tienen muy claro algo que el resto del país parece haber olvidado: los deambulantes son seres humanos y son tan parte de nuestra sociedad como cualquier otra persona. Es por eso que ellos preguntan el nombre a cada participante al que se le acercan. Incluso, hay voluntarios que ya conocen a muchos de los participantes y los saludan con total camaradería. Además, preguntar el nombre, la edad y otra información es importante para establecer el record que GC Caridad lleva de la labor que hacen y es también la forma en la que Charlie corrobora viernes tras viernes que su amigo, está bien y ha recibido alimento.
Ya estábamos en la Ponce de León cuando vimos al primer participante, siguiendo el protocolo, los chicos de bajaron de los carros, le llevaron aguan, café y hasta una camisa, preguntaron su nombre y edad y continuamos la ruta. Parece poco tiempo y atención, sin embargo, para esas personas, una conversación, por corta que sea, vale un millón. Y para los voluntarios, es una manera de impactar a la mayor de cantidad de participantes posible.
No hablan de religión a ningún participante, no hay predicas ni Biblias debajo del brazo, pero su fe se refleja en sus ojos. “Esto me llena. Cuando yo puedo ayudar a alguien o darle comida a alguien que está en la calle, pues yo veo siempre el rostro de Jesús” dice Thalice, una joven de 20 años que asegura que si pudiera, iría todos los viernes a la ronda de amor.
Y entre una cosa y otra, llegamos la Plaza Salvador Grau en el Viejo San Juan. En cuestión de segundos estábamos riéndonos con un participante muy peculiar. Se trata de un extranjero que cree que vivir en una casa es igual a estar preso. El mundo es su hogar y vivir en la calle para él no es un proceso tortuoso, todo lo contrario, es una manifestación de libertad y transmite alegría a todo el que se le acerca. Este es un claro ejemplo de que no todo el que vive en la calle es adicto o delincuente… hay algunos que han sido abandonados por sus familiares, han perdido sus casas y empleos y otros, que simplemente lo eligen. Pero las razones por las que están en la calle no son importantes para este grupo que les brinda ayuda y que al parecer se llevan en sus corazones, más de lo que dan.
Y así llegamos frente al Departamento de Estado. El reloj marcaba las 11 de la noche. Nosotros (el equipo de Restart) nos despedimos con ganas de no hacerlo y ellos, siguieron su ruta con la misma sonrisa con la que la comenzaron y deseando un viernes más para hacer el bien y repetir su jangueo.